Los poemas aquí reunidos de Cristina Álvarez Puerto tienen la vocación del rumor que se despierta tras el tributo vital del silencio. Pese a los años que distan en la creación de un poema a otro, hay un hilo fundacional que los congrega a todos en el mismo ritual iniciático. El cuenco, la voz cóncava, el recipiente celeste y el hundimiento de un pecho son todas formas posibles para aludir la detención esencial que propicia el alumbramiento. Las imágenes parteras que en este poemario reaparecen en una secuencia oscilante se asemejan al nido en el que un pájaro se posó alguna vez para volverse inmortal. El vuelo de la voz sin jaula de Cristina no dibuja la huida, sino una detención atenta para contemplar mejor, y por primera y última vez, aquello que instantes previos la mantenía aún adherida al suelo. Los poemas tienen raíces aéreas para transitar el bosque sin dejar rastro… Saben, por experiencia, que el misterio de la música interior no necesita de partituras, sino que se conserva intacto en los pasillos memoriosos del corazón.
No hay certidumbre en el decir de Álvarez Puerto, sino la promesa de una senda que conduce al centro silvestre de las horas expectantes de la existencia. Palabra a palabra, el centro se abre, se hace morada poética.
El nacimiento de la palabra poética de Cristina tiene lugar en tierra fértil y matricial desde la cual crece una planta extranjera que orbita en estado de contemplación. Por ello, tal vez, la altura de los poemas produce el vértigo del extrañamiento, la llamada a salirse de una misma para seguirlos, para perderse en ellos, sabiendo que perderse es la premisa para que ocurra el encuentro. Entre “ocaso y alba”, la respiración mántica de los versos de Cristina Álvarez Puerto concita la restitución, brotes que se atreven a enverdecer, nudos que se desatan. Va de inicios y de acabamientos este poemario. Pero, sobre todo, va de ese comienzo que se siente inacabablemente infinito.
Olga Amaris Duarte