del libro anatomía celeste

Como un cuenco vacío
donde todo empieza de nuevo
hasta el vértice que gira
desenvolviendo el presente
invisible cadencia renovándonos.

Abro las manos
al cáliz de sangre
que derrama la historia.

Luciérnagas en la oscuridad
respirando para dar a luz
un corazón que nos comprenda.

Poema II
Amor realizado que despierta
en cada verso agrandar
la sangre de los gestos,
deber de toda luz
cuando algo amanece.

Umbral entre dos mundos
desde el centro de la noche sostenida
una órbita de verdad en la aún tiemblo
como la guinda que mi madre
ponía en sus tartas cansada y amanecida.

del libro De la piel y otros volcanes

Y amanece

Rapto de locura azul
cruz de símbolos 
y tanta luz.
Yo no sé si quiero ver
pero mi espíritu empuja
alzando un nuevo rostro al deseo.
Llega un ángel en las alas del silencio
y teje ajuares en la noche de luto.
Salmos para este yo que yace.
El espíritu se detiene y sonríe
vuelve a mí y alienta a la sangre
que rompe barricadas de momentos.
Rescate de verdades
en la orilla
de las células
Y amanece.

 

VI

Ir y venir
sigue la oscilación que tintinea ecos
girando en cuencos, campanas,
ecos de ángeles metidos en un arco
girando sobre las plantas y las alas
tocan el canto de las cosas
que parecen distintas diciendo
son
       son 
                son
lo mismo, 
lo mismo que ayer me lamentaba
hoy agradezco esta fortuna de ser.

del libro Concierto de lo invisible

La lengua no es el instrumento que tiene el poeta para expresarse, sino que es él el instrumento del que se sirve la lengua para garantizar su existencia.

Penetro la eternidad
en este instante
y entiendo que somos paz
aceptando los límites
de la sombra y su descanso. 

 

Leer es besar la otredad del mundo. 
El mundo de la otredad
en la comisura de la boca
del firmamento y de la historia. 

 

Respira conmigo estos gestos desnudos.
Tu corazón quiere ser también.
Es
boca de esta palabra 
que se hace nuestra.

del libro Cuatro estaciones para un duelo

Dentro de cada hombre halla descanso el universo.

Me escondo bajo este toldo
donde se detiene la llovizna
que nadie me busque
con esta clara conciencia abraso.
Deseo proteger, como antes no he podido,
el sonido del agua entre mis pieles.

 

Traduzco en la absoluta desnudez
como la corteza del castaño crea tiempo.
Acaricio este húmedo crepúsculo
y solo quiero su canto ondulante.
He mirado atrás y he gritado.
La belleza incendió el campo
pero aún amo cuanto he perdido.

 

Y si acaso volvemos a rozar
con las yemas del corazón
la ardiente angustia del no ser,
ya sabemos al menos
que la entrega sin límites
es un peligroso riesgo, maravilloso también
pues siempre nos levanta el alma
con la redondez del cero y su alegría.