Dando pasos desde abril, mes a mes en un grupo de trabajo sobre la muerte, en sentido literal de la pérdida física de un ser querido, desconocido o de la propia, he estado meditando sobre palabras esenciales que han venido tejiendo, desde lo profundo, mi paso por la vida. Una de ellas: la esperanza.
Son muchas las oportunidades que nos da la vida para vivenciar la pérdida. La vida pareciese una preparación para el definitivo cruce del umbral tras la muerte, dejando aquí el capullo del cuerpo físico para nacer al espíritu. Así llegué tras años de dedicación a la poesía a percibir el espíritu; la inmanencia del mundo no fue para mí suficiente y en la poesía he venido encontrando claves de autoconocimiento primero y sutil conocimiento de otros mundos, trascendiendo dolor, alegría y otras tantísimas emociones y sentimientos, sostenida por un persistente estado de ánimo, esperanzado.
Este grupo que también llamé hace tiempo La Puerta Verde y ahora se llama Cerca del umbral, un nuevo nacimiento tiene la particularidad de compartir una mirada cristiana y en este sentido es gratificante; es un lugar de encuentro mensual para reflexionar, compartir, experiencias, vivencias , expresión verbal y escrita sobre ello y aspira a ser una formación con una mirada abierta, renovada, frontal a esta realidad por la que todos vamos a pasar. Honrándola, cuidando y respetando las últimas voluntades, el deseo de fallecer en casa, la oportunidad de ser velado con respeto, conocimiento, conciencia y amor, para facilitar el cruce del difunto, con la mayor conciencia, con la sensación de haber resuelto temas pendientes de la biografía entre otros aspectos.
El poeta Paul Celán define la esperanza como fiel compañía, que se despierta tras perdidas esenciales o absoluto abandono. El nacimiento de la verdadera esperanza es posible en la fragilidad. La luz de la esperanza se aviva en las tinieblas más profundas.
Cuanto más desesperada es la situación, más firme llega a ser la esperanza.
La esperanza nos mueve a actuar, inspirando nuestra imaginación y despertando una capacidad creadora para romper con lo antiguo y abrirnos a lo nuevo, con iniciativa. No nos lleva a una pasividad inactiva. Quien tienen esperanza es inspirado por lo nuevo.
La esperanza no nos evade del mundo, sino que nos hace anhelantes del porvenir. Su esencia no es una retirada, sino el cor inquietum, el corazón inquieto.
La esperanza no obvia el mundo, ni se protege de él, sino que lo afronta, se enfrenta a él y a su negatividad, y lo recurre. De este modo alimenta al espíritu de la revolución o la revolución del espíritu.
En su radicalidad, supone el desmoronamiento del lenguaje ordinario, incluso el de los conceptos con los que podemos describir y comprender nuestras vidas. En el desmoronamiento absoluto, solo queda la redención.
Una esperanza entusiasta tiene raíces hondas y hace que sea posible actuar en plena y profunda desesperación. Rebosa una fe inquebrantable en la existencia de SENTIDO, aportando orientación.Celan declara que el lenguaje es la sede eminente de la esperanza, frente al enmudecimiento o la aterradora afasia.
“Solo una cosa quedó al alcance, próxima y fiel frente a todas las pérdidas: el lenguaje. Sólo él, el lenguaje, permaneció fiel; sí pese a todo. Primero tuvo que pasar por la inexistencia de respuestas a todas sus preguntas; tuvo que pasar por el terrible enmudecimiento; tuvo que pasar por las mil tinieblas del terrorífico discurso. Pasó por todo eso y no encontró las palabras para lo que sucedía. Pasó por todo eso y pudo volver a salir a la luz del día, enriquecido con todo eso”.
Inherente a la esperanza es la persistencia, incluso frente al desastre absoluto. La estrella de la esperanza colinda con el astro fatídico (del latín des astrum), con el desastre. Precisamente el lenguaje, la poesía, representa esa persistencia.
Mientras hable el poeta seguirá habiendo esperanza en el mundo.
Cada vez más podemos percibir la sangre del mundo encerrada islotes, aislados, separados. Faltos de mundo orbitan alrededor del ego, impelidos en su posible crecimiento, salida, desarrollo, evolución… Muchas son las fuerzas opositoras, pero la esperanza tiene amplitud, funda un nosotros, y en esto se distingue del deseo o la mera expectativa.
La esperanza es una dimensión anímica, es una orientación para el espíritu, para el corazón que señala caminos. Viene de la lejanía, no de la inmanencia del mundo. Hunde sus profundas raíces en lo trascendente, no depende del curso intramundano de las cosas, es inasequible al pronóstico, objetivo, cálculo. Se vuelve aura de lejanía.
La lejanía nos trae el lenguaje de la poesía. En la sociedad de la información, el lenguaje pierde toda aurea de lejanía, y se reduce a información. La sobreinformación digital y la ansiedad que genera nos deja sin habla. Vivimos tiempos sin poesía. Quien solo consume informaciones, no lee poesía, no puede percibirla.
Cuánto más cercan miramos una palabra, desde tanta mayor lejanía nos devuelve la mirada
Sin lejanía, no podemos tener cercanía. Se necesitan mutuamente. La cercanía no es la falta de distancia, sino que incluye la lejanía. Donde no hay lejanía (toma de distancia) se pierde la cercanía. La escritura propicia el encuentro de ambas, sacia la mutua necesidad (intima, social, espiritual) de encuentro desde una mirada contemplativa que, desde su interior, se abre y entrega al mundo, trayendo con la esperanza, futuro, renovación, nuevos caminos para manifestaciones.
Soles irradiando sus hilos
Sobre el gris negruzco del páramo.
Una idea
Que se ha elevado tanto como un árbol
Alcanza a atrapar una nota de luz:
Donde no llegan los hombres
Quedan aún canciones por cantar.
Paul Celan
El árbol de la esperanza crece en el páramo. Habita en un más allá, en una trascendencia que solo se puede cantar. El canto del poeta, trae semillas de lo nuevo, del espacio entre la muerte y el nuevo nacimiento. Lo poético la fractura en la densa realidad, por donde sangra el SENTIDO (el verbo), trasciende la inmanencia de lo meramente humano. Viene de del futuro.
Quien tiene esperanza está camino del otro. Cuando uno tiene esperanza confía en algo que lo trasciende, y confía en el otro.
El pensamiento tiene una dimensión afectiva y corporal. Imágenes que nos hacen pensar son las expresiones plásticas de los pensamientos (Walter Benjamín). No hay conocimiento que no haya descendido a lo corporal, el ser humano necesita el camino de la experiencia, relación, afectos para llegar a él. Sin sentimientos no hay pensamientos y estos se reúnen trabajando el mundo de las emociones.
La inteligencia artificial no puede pensar porque no tiene amigos, no ama. Inteligencia
Inter – legere del latín inteligencia, significa “escoger – entre”, uno escoge entre posibilidades que ya están dadas. A diferencia del pensar, la inteligencia no genera nada nuevo. Solo el pensamiento (libre) nos abre las puertas de lo totalmente distinto. Como dijo Goethe: solo se conoce lo que se ama, y cuanto más profundo y exhaustivo deba ser el conocimiento, tanto más fuerte e intenso deberá ser el amor, e incluso la pasión.
Gracias al amor alcanzan las cosas su existencia más plena.
No es refrenando las emociones sino sosteniendo la atención guiada por el amor, la dedicación amorosa al mundo, la que marca los pasos cognoscitivos, desde la percepción sensorial más elemental hasta las imágenes más complejas. El amor no nos hace ciegos, sino videntes. Solo el amante abre los ojos. El amor no distorsiona la realidad, sino que nos revela su verdad, hace que la visión sea más nítida. Cuanto más fuerte sea el amor, más fuerte será el conocimiento. San Agustín escribió tantum cognoscitur, quantum diligitur “solo conocemos lo que amamos”.
San Agustín atribuía a las plantas “el deseo de que los hombres las contemplen, como si las plantas experimentaran algo análogo a la redención cuando los hombres, inspirados por el amor, las conocen en su ser”. Es la mirada amorosa la que redime a la flor de sus carencias ontológicas, el amor la lleva a alcanzar su plenitud. La flor se consume cuando la amamos, conociéndola. La mirada amorosa redime a la flor.
La esperanza es un estado de ánimo. No una emoción, no un sentimiento. No desea o tiene expectativas porque éstas se orientan y refieren a un objeto concreto y la esperanza no se refiere a algo determinado. Quien tiene esperanza no pretende en principio alcanzar nada concreto. No puede verse defrauda porque no depende de cómo acaban las cosas. Vive, nace, se desenvuelve, mira, contempla, actúa en el absoluto convencimiento de que las cosas que suceden tienen sentido.
La esperanza cristiana se refiere a un novum ultimun, a la nueva creación de todas las cosas por el dios de la resurrección de Cristo, abriendo así un amplísimo horizonte de futuro que engloba también a la muerte.
En El espíritu de la esperanza de Byung – Chul Han.
Paul Celan, Obras Completas, Madrid, Trotta, 2002, p.p. 297s.