UNA VIDA PARA EL ARTE: EDUARDO CHILLIDA Y PILAR BELZUNCE, MIS PADRES
Editorial Galaxia Gutenberg. Madrid, 2024.
Legado del matrimonio Chillida: la escultura de un sistema familiar renaciendo en las manos de una heredera del canto de las piedras.
Quiero comenzar citando a Valente, poeta y amigo de Eduardo Chillida, para abrirnos la puerta y penetrar poco a poco en la atmosfera que Susana Chillida siento ha creado con este libro. “Quizás el supremo, el sólo ejercicio radical del arte, sea un ejercicio de retracción. Crear no es un acto de poder (poder y creación se niegan); es un acto de aceptación y reconocimiento. Crear lleva el signo de la feminidad. No es un acto de penetración en la materia, sino pasión de ser penetrado por ella. Crear, es generar un estado de disponibilidad, en el que la primera cosa creada es el vacío, un espacio vacío. Y en el espacio de la creación no hay nada (para que algo pueda ser en él creado)”.
Precisamente desde esta nada, comienza a resonar el Ursatz, ese movimiento matriz, aliento creador que lleva a Susana a la necesidad de creación de este libro. El fallecimiento de Pili, el 4 de julio del 2015 dejó a Susana, ya huérfana de padre desde el 19 de agosto del 2002, sumida en la conciencia de la pérdida y a su vez en la absoluta presencia de un vacío lleno de admiración y amor, que ella particularmente narraba con dicha por haber estado ahí, acompañando hasta el último aliento a su madre rodeada de sus hijos. Vivencias que como sustrato universal fueron abono para renacer de las cenizas y habitar día a día una hermosa, por auténtica, transformación personal y profesional como cineasta y escritora, integrando el recuerdo, el dolor, el amor, la muerte ( grandes temas poéticos de siempre en su vida) para, sin casi darse cuenta, y esto quizás sea lo más maravilloso, desde la humildad del caminar, o en su caso bailar el día a día, ir tejiendo Una vida para el arte: Eduardo Chillida y Pilar Belzunce, mis padres.
Situémonos en la atmósfera de las flores, del aroma, los colores, las infinitas formas de pétalos y arreglos florales que, como imagen viva, acompañaron la infancia de Susana de la mano de su madre. Inmersa en su recuerdo, del latín re/cordis volver a pasar por el corazón, ella percibe el legado, sentimiento de amor envuelto en la pérdida. Siendo flor alguien en su alma, ella misma incluso, percibe la necesidad de hablar sobre sus padres y familia. En Susana todo gesto de creación surge de esa íntima y necesaria urgencia que lo instintivo atraviesa elevándose hacia la conciencia para llegar a ser un puro percibir lo que es necesario. Algo que, nacido de la entraña algunos considerarían locura, como lo es ese “amor loco” de Octavio Paz, capaz de entregarse a cualquier misión por muy imposible que se advierta si el llamado surge desde la entraña con la claridad que a ella le asiste. Desde ahí siente la proximidad del siguiente paso en el proceso de su alma que como flor sería y es el fruto.
Creo que Susana Chillida ha sabido llevar y sostener el proceso de creación en estado puro, asistiendo al conocimiento desde el mismo proceso, gestando una nueva mirada, viendo el mundo, su mundo, el mundo de su padre, de manera distinta a la habitual, evitando compartimentarlo o reducirlo, más bien demostrando que una gran concentración significa y genera extensión o expansión. Algo que inevitablemente conlleva un rechazo a cualquier realismo superficial, rechazo casi de signo político (en su acepción original) por lo que, de Chillida, su padre, conocemos de forma social y universal a través de su obra. Fertilizar desde una auténtica fe, anhelo y lograr dar a luz una nueva visión integradora convocando el poder taumatúrgico del arte a través de esta nueva mirada a su familia, madre, hermanos y ella misma y recibiendo con ello el fruto, que nos comparte.
Como poeta y terapeuta, como tantos otros, considero que la obra de arte ideal sería aquella que aplicada a un punto doloroso llegase a curarlo. Es decir, creo en el poder sanador del arte y, sobre todo, el de la escritura como testigo y testimonio, un poder rotundamente moderno. No hablamos de un Dios del más allá, sino del “más acá”, un dios del lugar como diría Valente, el que habita en un único espacio sagrado: la obra. Lo que de tus padres has heredado, adquiérelo para que sea tuyo, dijo Goethe, y más allá de lo que la autora ha hecho suyo en este proceso, para poder llevarlo a cabo, creo existe una gran luz donadora de respuestas que cada uno podrá ir encontrando e interrogando a su vez. Pudiendo parecer que este libro está lleno de respuestas, queda abierta la puerta para, también, correr el riesgo de interrogarlas hallando, para las respuestas dadas, sus más secretas preguntas y desde ahí, profundizar en él, algo que como diría Valente, quizás sea el destino de toda lectura, el de la conversación, o el de toda crítica.
No quisiera dejar de hablar del proceso creativo en relación a la idea del juego, porque considerándolo clave esencial en ese actuar por tanteo de la sombra a la luz donde el mundo se desvela en lo que tiene de transformación, de incertidumbre, de azar para llegar a una nueva realidad. Es sin duda una forma de relacionarse con realidad a la que Susana nos abre la puerta, habiendo realizado sucesivas y complejas metamorfosis, aproximaciones que todo artista verdadero vivencia dirigiéndose a su objeto, al que va tendiendo redes para que ellas se manifiesten. Quizás sea bueno recordar que esas necesarias dosis de capacidad para jugar no son fáciles de mantener en la vida y sí esenciales para que ese arte de magia llegue al lector y pueda seguir creyendo en el deseo, la libertad y la inocencia. El juego (y el humor) forma parte esencial de la forma que Susana Chillida tiene de habitar el mundo y, ciertamente, ingrediente importante para desvelar esa realidad auténtica, aun sin desvelar del todo su misterio.
La ley del juego, la norma es más bien como la relación estructural de la conexión de los sucesos, considerados según su entrega o donación a nuestra percepción, a través de la cual una forma se convierte en otra, actualizándose como relación viviente entre la idea de un fenómeno, acontecimiento, escultura, relación y su manifestación sensible. Un poder de formación del libro, donde podemos percibir los estadios del crecimiento y metamorfosis como distintas manifestaciones vivas de una única forma proteica: el amor, el amor al arte.
Diría pues que esto no es un libro de arte sobre la obra de Chillida, un ensayo, o una novela, si quiera una biografía al uso. Celebro encontrarnos con un ser vivo esculpido en el viento. Como diría Brâncuși, a quien Eduardo Chillida admiraba mucho, no son pájaros lo que esculpo, sino el acto de volar. No siendo un libro de poesía, sin duda ha sido asistido por ella, en cuanto a la profunda escucha, transformación, rebeldía, fe en lo que no se ve, incluso después de todo lo visible y dicho sobre la obra de su padre, y desde luego por nacer de forma natural y orgánica, tras la pérdida, esa orfandad tan repleta que requería de un vaciamiento de ella misma para poder albergar la verdad del alma.
Nos encontramos ante un libro enraizado en la sólida, profunda y acogedora tierra del amor cuya máxima aspiración persigue el arte. Mirada capaz de avanzar sobrevolando y penetrando en la figura de los propios padres y familia, escrito por una mujer, hija, hermana, esposa, madre, doctora en educación y artista, que ha luchado como pocos puedan imaginar y algunos hemos tenido la fortuna de conocer, contra todo tipo de molinos o fantasmas del pasado para esclarecer la verdad, su verdad. El arte no cambia nada, el arte te cambia a ti, como dijo David Lynch, a quien elijo citar por afinidades electivas que diría Goethe, como director de cine, guionista, fotógrafo, pintor y músico, artista en diferentes facetas. Verdad que en su pluma pasa por ser íntima, rigurosa, juguetona, tierna, contundente, doliente, respetuosa en la confrontación con el pasado desde la vivencia de un presente continuo a lo largo de su vida y este proceso de profunda transformación que nos regala, para transformar nuestra mirada a su vez (sin pretenderlo) mirando siempre a un futuro redentor, restaurador más allá de códigos o intereses en torno a la figura de su padre. Como diría Marcel Proust, sólo a través del arte podemos emerger de nosotros mismos y saber lo que otros ven.
Se nos ofrece un cuadro móvil y sincero, lleno de honestidad, deseo de reconocimiento de la figura esencial de su madre y hermanos, investigado todo con la luz del corazón: huecos, vericuetos, recovecos, arroyos de agua fluyente, e incluso ésa que estancada permanece en todo sistema familiar, hasta que la luz de la conciencia y el esfuerzo de la voluntad las vuelven al cauce, y lo hace con la amabilidad del amor, creando un viaje apasionante en constante diálogo consigo misma, con su realidad, la de sus padres, la de su familia de origen y con arte, es decir, con el alma desnuda frente a la verdad.
Sinceramente, creo que sigue habiendo actos heroicos, titánicos diría, que se llevan a cabo con la pluma. Y sin duda alguna también en la polifonía de la amistad, conversaciones y miradas que ella siempre atiende. No es casual que Susana posea en su trayectoria profesional esa mirada de cineasta que le ha permitido trazar panorámicas y enfoques a este entrañable, riguroso y humano al fin, tránsito que nos ofrece. Humanizando el espacio, el vacío, desde el aire, la tierra, la piedra, a través del agua y sus emociones transformadas en lúcida conciencia, y la música, creando una especie de cuerpo poético en tanto en cuanto ha sabido destilar en su propia persona vivencias para esculpir una obra que los contenga a todos en su ser y estar, como personas sujetas por la inmensa realidad de belleza, bondad, verdad y fama internacional de su padre, que a todos les afectó de una u otra forma y, a la vez que los contiene, genera el espacio libre para que todos sean y nosotros seamos con ellos.
El libro, estructurado en décadas, nos ofrece una secuencia cronológica desde varias perspectivas: la mirada de una hija, que se va transformando en objetiva mirada de la artista que es, así como otras voces presentes en ella, y en la vida de sus hermanos, amigos, llena de anécdotas, información sobre el proceso creador sujeto a todo tipo de avatares y circunstancias, exposiciones, relaciones con otros artistas coetáneos de Eduardo Chillida y recuerdos que hubiesen permanecido ocultos para siempre. Desde cómo se conocieron sus padres, el nacimiento de sus ocho hijos, sacrificios, sueños, emprendimientos, ausencias, conforma una urdimbre tejida con un estilo personal de retrocesos y avances que hacen de él un texto sin opción a ser catalogado ni como estudio de la obra de un escultor, ni como biografía sino como un crisol vivo, libre en sí mismo, ameno y lleno de riguroso amor.
Del mismo modo que Chillida no se corresponde con la idea clásica de lo escultórico, como expone el profesor Ricardo Pinilla en uno de los diversos artículos que ha escrito sobre su obra, su hija, Susana, no escribe un libro con la idea clásica de ser obra sobre el arte o sólo biografía, precisamente por ser ella misma integrante de esa obra, integradora de sus propias visiones en el subtexto de toda la actividad creadora del gran escultor. Recrea el subtexto como un caldero cuidando del hogar e impulsando lo que fue su propia madre y familia y elige con suma valentía compartir esos alimentos.
Una de las conclusiones, tan verdadera como bella, que sucede fácilmente tras la lectura es que revierte como agua para la propia sanación, me atrevo a decir, de este y otros muchos sistemas familiares en los que siempre coexisten luces y sombras, con la ternura de los verdes brotes en el muro de las piedras. La persona y el artista se encuentran reunidos de la mano de un matrimonio y nos llega la alegría de percibir cómo ambos fueron verdadera expresión de la creación. Al terminar el libro, ya sea del tirón o a sorbos, podemos reconocer la grandeza de esa integración de lo femenino y lo masculino reunido dando a luz el arte de amar, el arte como acto de amor. Recibir destilado el aroma de aquellas flores en la tumba de su madre, de las que el alma de Susana fue capaz de renacer tantas veces y ver la germinación ahora del renacimiento de su apellido, más liviano, conmemorando con este libro el centenario de su padre junto a su madre, hermanos y todo lector abierto a recibirlo, es un regalo. Gracias Susana por este momento de celebración que a todos nos concierne.
Quisiera cerrar la puerta con esta cita del también escultor y pintor español, Ricardo Santa María, que decía que crear no es hacer pintura o poesía, sino llegar a ser un ser humano que ejerce un acto de libertad voluntaria y esta otra del escritor y filósofo mejicano Manuel De Landa, donde afirmaba que ser artista es poder arriesgarse para que cuerpos y mentes reaccionen de manera diferente.
Creo que es necesario que se adquiera, lea y dejarse transformar por este libro tanto eruditos de la obra de Chillida como neófitos, a amigos como incluso a enemigos, pues sin duda pienso les hará vibrar en el tono libre y sincero que rodeó la vida de Eduardo Chillida, así como la oportunidad de reaccionar con mente y cuerpo de forma diferente, guiados por una suerte de presencia de espíritu constante.
Cristina Álvarez Puerto
Para Susana en Garganta de Cuartos, Losar de La Vera.
Duerme, transforma
intensamente vive
quien como piedra sabe
habitar la calma y recibir
el calor que alimenta.
Instantes del oro hilan
siendo noche y día
un mismo gesto
dejando atrás un nido
de seda vacío
para atreverse a volar.
Entre flores malvas
la confianza hecha canto
impulsa una nueva forma
de ser hacia el mundo
legado de vida
destilación de piedra, rio, flor
materia trascendida
sobre la pluma del viento.