Amaris Duarte, O., Hannah Arendt: cartas del recuerdo para los amigos, Editorial Herder. Madrid, 2024, 279 págs.
El género epistolar ha sido una forma fundamental de ahondar en el conocimiento, pensamiento, obra y personalidad de muchos filósofos. El libro de la filósofa y escritora Olga Amarís es un homenaje y confirmación de ello. Ahora bien, frente a la primera impresión, el lector comprobará que no se trata de la edición de las propias cartas entre Arendt y los seis nombres que aparecen en el índice: Walter Benjamin, Karl Jaspers, Martin Heidegger, Rahel Varnhagen, Heinrich Blücher o Hilde Fränkel, sino una extracción digerida, sentida, pensada, interconectada, contextualizada de lo que esas relaciones epistolares tejieron, no sólo en el alma, pensamiento, vida y obra de Hannah Arendt, sino como vía de doble entrada en las relaciones, lo que a su vez, esta correspondencia supuso para sus interlocutores. Respiración entre mundos tejiéndose al abrigo de una rigurosa y, a la vez amplia, flexible, impermeable, integradora mirada, que abarca referencias sobre numerosos pensadores y creadores de la época, con una exquisita y sutil maestría.
Estamos ante la creación de un centón restaurador, extraordinario homenaje a este género pues la carta es, como Olga dice en el prólogo, un pliegue que lleva implícito otro pliegue y cuya razón de ser se encuentra en el acto de repliegue y despliegue (pág.13). Nos sumergimos en un palimpsesto cálido, preciso, tupido y orgánico. Manuscrito, el palimpsesto, que conserva huellas de otra escritura anterior en la misma superficie, pero que en lugar de borrada expresamente para dar lugar a la que ahora existe, se muestra, expone, observa con detalle, amplia y, en definitiva, logra uno de los objetivos que su autora se propuso y expresa en las primeras páginas, esto es, averiguar qué tipo de mundos son capaces de crear las cartas que Arendt escribe y recibe de sus interlocutores más habituales. (pág.14)
Uno de esos mundos, la amistad, de tal modo presente en el libro que cobra protagonismo en el subtítulo, es como la llama que mantiene encendida la lumbre durante toda la lectura, favoreciendo luz y calor en el espacio que Arendt creó desde su exilio y recrea este ensayo donde los amigos de verdad, aman el ser mismo de la amistad (pág.32) Todas las cartas, sin excepción apunta Olga Amarís, proponen un inicio; inicio de aquello que Arendt denomina el tejido de las relaciones interpersonales, innato en la naturaleza social del individuo y esencial en la configuración de la personalidad. Este ensayo respira, y en muchos pasajes lo hace en una atmósfera poética que se advierte nada más comenzar el libro y, sin pretensión, fluidamente, evoca aquella cueva en la que muy al comienzo de los tiempos se reunían cuerpos para contar/cantar. Huellas, estas cartas de amistad como llama del hogar que cada cual puede recrear reuniendo a través de la lectura, en gozosa libertad, el pensar con el latido. Es un pensamiento real, universal, el de la amistad, como sentimiento político y sostén iniciático del pensamiento de Arendt, que Olga Amarís hace suyo y entrega permitiendo una comprensión bella, verdadera y llena de bondad sobre lo que fue la vida y obra de esta pensadora judía exiliada en los convulsos tiempos en los que vivió. Sin el amigo falta esa parte esencial que integra, que nos vuelve íntegros, pues desaparece el elemento conformador de nuestra humanidad, de ahí que Arendt defina la intimidad entre los amigos como el gran descubrimiento que procede de la experiencia de lo social (pág.17).
En el sentido de lo escrito hasta aquí se comprende plenamente el subtítulo de este libro. Bajo el título Hannah Arendt, Cartas del recuerdo para los amigos se despliega un mundo de páginas de papel, materia viva, que en su modo de avanzar sosteniendo y respirando el contenido que ofrece, habla, invitando constantemente al diálogo, a la evocación desde la más profunda y respetuosa intimidad de aquel que considera amigo al lector y sin querer ser una postal de época, trae la esencia de tiempos pasados, gran carta portadora de claves fundamentales y motivación para reflexiones morales, políticas y sociales de nuestra época. Una polifonía la que dirige Amarís que invita a habitar el mundo como sendero mismo de observaciones, fomentando la apertura a preguntas que nazcan de esa intimidad, tamizada por un saber y precisión de sucesos, relaciones, obras para ser viento que no apague la llama de aquel fuego primigenio y desplegar nuestras propias velas para zarpar, indagar, conocer a éste o aquel nombre que cita. Nos reconcilia además este texto con el verdadero sentido de las referencias, que no son alarde de erudición, sino un entramado vivo que enriquece como flora intestinal que ayuda a la digestión.
En el riguroso análisis al que Olga Amarís ha dedicado un tiempo que sentimos brillar como oro, palpita pasión que se percibe como impulso, semejante a la necesidad, como ella misma dice en el prólogo haciéndonos partícipes de un segundo objetivo: separar la persona del personaje público para traerla a un terreno más íntimo, a ese lugar en el mundo que solo ella, desde su condición de pensadora judía, ocupó en los años bárbaros de nuestra historia (pág.15).
Y esto es algo que ya desde la lectura de su anterior libro, Una poética del exilio: Hannah Arendt y María Zambrano(2021), basado en su tesis doctoral, defendida en la Ludwig-Maximilians Universität de Munich, me llamó la atención de su particular forma de ser y vivir la filosofía y la escritura. Fomenta un tipo de lectura muy especial y fascinante donde, como ya Zambrano desarrolló en su obra de la que ella es buena conocedora, la razón poética vive, germina, brota y, en suma, dialoga con el mundo, con cada lector. Esa atracción que suscitan determinados pensadores, escritores, músicos… de conocer más sobre su vida, es amor. Me permito esta palabra. Cuántas veces nos hemos preguntado más sobre el autor que leemos o escuchamos; cómo sería su vida, día a día, de qué hablaría con los amigos … y esto nos lleva a profundizar, a persistir en un tipo de escucha de una pieza musical, película, escultura, libro. Deseo de conocer que nos acerca más a la persona, nos sacia y a la vez interroga sobre la propia vida y obra. Olga intuye ya desde el prólogo, que el presentimiento que orbita en este voyerismo con -sentido intuye la dificultad de separar a la intelectual del ser humano y la certeza de que, al separar un pliegue del otro, se acabará por descubrir que los dos son pliegues de un mismo pliegue (pág.17).
¿Es esto fruto de una capacidad de Olga Amarís para percibir ese estado de creación en estado puro tras su exhaustiva investigación? Hay una constante reflexión sobre la realidad de Hannah Arendt y la realidad presente en un sentido físico, también estético y político, en donde las respuestas y afirmaciones, casi versos en muchos casos, nos permiten interrogarnos descubriendo capas y pliegues de secretas preguntas que se despiertan en las propias líneas escritas o entre ellas, en esos silencios que dibuja con un respeto ineludible a la palabra, sin caer en las “palabras muchedumbre” que diría María Zambrano, aquellas sin resquicio alguno de silencio, sin posible aurora.
Lo que a mi modo de ver queda claro es que la obra y vida de Arendt es considerada como arte, y arte se respira en la forma en que este libro ha sido creado. Por un lado, está la importancia del cuerpo epistolar, de ninguna forma considerado como género menor, como afirma al comienzo su autora y demuestra en el desarrollo del libro, que consiste en proponer un tipo de ejercicio deliberativo, tan estimado por la politóloga, mediante el cual dos personas se ponen a conformar el mundo con una palabra convertida en acción. Y por otro, esa llama poética (poesía del griego poiesis y del verbo poieô que significa hacer o crear) que, como todo buen poema y obra de arte, sostiene lo no nacido hasta que nace; siendo renacimiento de la nueva versión del libro en cada lector, pues convoca a la reunión desde el “entre” (entre diferentes geografías, años, miradas, voces, relaciones) creciendo de una forma orgánica, viva. La creación en estado puro obliga a una nueva mirada y esta es la apuesta: ver el mundo de manera distinta a la habitual evitando encasillarlo, compartimentarlo, clausurarlo, rechazando la mirada superficial que es violencia de signo político contra el lenguaje de poderes que esterilizan, construyen un personaje o ignoran la fertilidad y fecundidad primigenias.
En el inevitable aroma del alma que late en la lectura se va creando la definición de carta que ofrece su autora, ese refugio en el que el pensamiento se exilia, en los intermedios del día, para poder hablar al otro, al yo convertido en un huésped, sobre aquello que no encuentra un espacio de enunciación a su medida. Y es que son temas de gran hondura, arropados por la fuerza de la filosofía, de un pensar que arropa el frío de realidades tan desnudas, con urgencia de claridad, donde la contradicción llega a entenderse desde luego, como palanca de trascendencia (pág.92) de alguien cuya claridad y honestidad con la causa esencial de la libertad que conlleva el pensar, siendo judía, se expresó como lo hizo, con una comprensión supone una “aprehensión” que nos desprende (p.42).
Siguiendo el desarrollo cronológico en relación a la biografía de Hannah, en el capítulo dedicado a su relación con Henrich Blücher, vemos a través de un microscopio, por el que no deja de latir el corazón desde ese mismo lugar universal que a todos nos concierne, como Olga Amarís toma voz y parte hasta el compromiso del fragrante fracaso de la solidaridad universal. Desde el nacismo y aquellas guerras a las de nuestra actualidad, como la de Ucrania, escuece y se asemeja a la vergüenza de no ser capaces de adoptar un compromiso contundente en la lucha contra la injusticia y los totalitarismos de nuestro siglo. Grandes temas como la culpa, la responsabilidad o la vergüenza tratados por Arendt, sobre todo en sus escritos de la última década de su vida, analizando la impropiedad de la terminología de los Aliados, tal y como lo hizo Jaspers, sustituyendo el concepto de “culpa colectiva” por el de “responsabilidad universal”. Sorprende la actualidad de estas asignaturas, aún pendientes de reflexión individual primero, íntima y comprometida que, a mi modo de ver, sería la humilde y contundente propuesta de todo el ensayo sin caer el aleccionamiento. Quiero decir con esto que no es un mero ensayo aséptico el de Amarís, sino una declaración comprometida, un engarce de eslabones del pensamiento, ejercicio que según palabras de Amaris debe consistir en el acto de libertad más pleno, en el que no se escapa la posibilidad de que solo porque el pensamiento implica una retirada, puede convertirse en un instrumento de fuga. (pág.43)
Desde una bellísima imagen que cierra el prólogo en Nueva York en el centro de Manhattan, Olga nos abre la puerta, tomando el relevo y la pluma de Hannah, sumergiéndonos en cada correspondencia epistolar y creando de cada una, un ensayo de comprensión en el que los amigos se acercan con la necesaria atención para entender razones y circunstancias del otro. Como en un juego de muñecas rusas, una dentro de la otra. y todas juntas, terminan siendo armonía, órgano primigenio del amor que, tanto en las guerras de entonces como en las de ahora, nos permite como espejo reflexionar sino más, mejor, sobre temas aún necesitados de un pensar libre y, por tanto, de acciones (como el propio ensayo de Amarís). Como Hannah hizo, desde un perdón restaurativo, se cierne una justa mirada hacia ella, siendo una escritura y lectura a solas y acompañada de la multitud de presencias de los que no estaban, de los que estuvieron, de los que se cuidaron preservando detalles de lo íntimo para que el amigo no se desvaneciera perdido en lo que pierde interés, de lo que gracias a aquellas cartas hoy perdura, de lo que Amarís restaura y resucita, en suma de lo que, como toda buena obra de arte convoca: amistad, amor, testimonio vivo.
Poema construido (con apenas algún nexo añadido) a partir de frases señaladas en una de las varias lecturas del libro.
Piel cubierta del enigma
amando el ser mismo de la amistad
desde la privacidad de los amantes
a la intimidad de los amigos.
Siendo semilla la promesa está incubada
en esa palabra/acto que ya venció
la incertidumbre del futuro
el límite que no es lugar en el que algo termina,
sino el inicio de un nuevo espacio
posibilidad y resonancia
donde la comprensión supone
una “aprehensión” que nos desprende.
Habitar el espacio es, así, dar una vuelta más al gran cesto el mundo
Traer la lejanía de lo impronunciable a nuestro lado
Una intención infinita, la finitud del ser humano
Porque en la soledad de las cumbres nunca se está solo del todo
pues la frontera con los muertos nunca es tan definitiva
como la contradicción que es palanca de trascendencia
…un pender en el presente entre dos ausencias: el nacimiento y la muerte
para crear nuevas formas de pensar lo impensable.
Cristina Álvarez Puerto (info@cristinaalvarezpuerto.com)