Para qué escribir …

¿Para qué escribir?

Escribir para Ser, párpados que protejan la mirada del mundo.

Escribir para recordar el origen, rehacer el sendero y crear futuro.

Escribir para amar limpiando, hasta en los huesos, restos de materia o ilusiones.

Escribir poesía para destruir los monstruos que la razón crea y defenderse, armada de desarmadura, en la desnuda inocencia del alma, siempre abierta al cambio y a la escucha.

Escribir para enraizar, encarnar y aceptar con coraje los renglones donde redactar el destino propio y del mundo que nos rodea.

Escribir para crear tiempo y espacio donde ordenar la confusa distorsión del ser, para romper fríos  espejos en los que algunos se proyectan, negando la posibilidad de lo nuevo y cambiante, el fluir de lo vivo.

Escribir para ir encontrando el sentido de ser humanos y habitar el centro que reúne polaridades y no huye o se enoja con la contradicción.

Escribir para que cada palabra Sea lo que dice, fiel a la vibración que la sostiene.

Escribir para crear cauce de verdad y compromiso y dar fe en vida, de su vida.

Escribir para conocernos, para conocerte, creyendo desde niña posible un “lugar común y  sagrado” en el que siendo todos distintos, somos lo mismo.

Escribir desde el principio para ecualizar y dar con el lenguaje común que se ocultaba detrás de las palabras, no dichas, en los recovecos de los gestos de los otros, de nuestros padres, por ejemplo, o en la generosa, verdadera y locuaz danza de la naturaleza.

Escribir para nutrir de conciencia y calor cada palabra, y reunir voluntades de cambio y mejora.

Escribir para conocerse por dentro y llevar al mundo palabra verdadera, a quien quiera escucharla. Para escudriñarla envuelta en claridad y dejarla crecer libre.

Escribir acunándola, observándola, cuidándola, arropándola en noches de fría tempestad, para dejarla Ser, siempre.

Escribir como quien respira, en cómplice confianza de la naturaleza que nos sostienen, del Ser del lenguaje, noble y firme protector de su misterio.

Escribir para defenderse de las sombras propias y ajenas, y transformarlas trascendiendo la inmanencia de la podredumbre.

Escribir la vida, y en ese proceso haber vivido, sentido, conocido, hecho, de su sacrificio el mío, aceptando el dolor o la ignorancia transformando el amplio abanico de lo indigno de los sentidos, para elevar en palabras de oro, cobre, plata, a la pureza del pensar, el poema. Que no es el mío y fertilizar con silenciosos actos de amor, poemas.

Escribir pues para dejar testimonio del sendero que se vivió, sin haberlo conocido más que viviéndolo.

Escribir para estar y ser junto al otro, alrededor de una luz, y hacer posible el milagro del encuentro y el diálogo. Para comunicar y conversar. Sin esperar nada a cambio y si no sucede la conversación/ conversión, abrazar su Palabra y seguir caminando.

Escribir fortaleciendo el coraje, frente al asombro al entregar amor y toparse con el mal, camuflado en apariencia de diáfanas luces o enredados cerca del ombligo, de quien no puede salir de sí mismo, y a pesar de todo, perdonar, sanar (encontrar un lugar nuevo), y transformar imaginando lo mejor para todos.

Escribir para sembrar lo que parece imposible y hacerlo posible, para licuar en la fragua de la Poesía, el oro de las amargas hojas de la compasión, y beber y ser bebida para los sedientos.

Escribir como si fuesen mis pulmones y manos, un altar construido por él, y en su calor y silencio, a través del suceso milagroso de esa voz, comprenderme aquí y ahora, y comprender al otro, al mundo.

Escribir Poesía para atravesar la muerte y recordar lo iniciado entonces y Ser con él, polinizando soledades, sin haber dejado de creer.

Escribir y dejar de hacerlo sin temer la muerte y el paso del tiempo, dando fe de la vida tras la muerte, de la clarividente cordura tras la supuesta locura.

Escribir con la fidelidad del siervo y observar, al cabo, transformada la fuerza, grano a granito en orilla, para la humilde respiración del universo y aprender a tumbarse a disfrutar .

Escribir alzándole un altar a la alegría, fuego vivo de todo lo que vive y merece ser celebrado.

Poesía para custodiar misterios revelados y actualizarlos.

Poesía y su voz como templo donde aprender a transformar sufrimiento en dolor y dolor en alegría y amor, día a día, sin pretensión de que algo más no deba ser regalado.

Poesía como lanza para conocer dentro, desde el fondo o al lado del mal, del cielo, de la tierra, del bien y sentirme a salvo en el corazón conquistado en su nombre.

Poesía para depurar la sangre y sentirle correr por nuestras venas, voz reconstruyendo, develando cuerpos luz.

Poesía para ampliar la mirada y, escuchándola, llegar a ver las fuerzas del yo palpando el mundo y retirarse para dejar que la luz nombre lo visto.

Poesía para vencer la locura de haberlo amado todo, dando la mano, incluso a quien te robó, traicionó, usó sin verte, para cruzar a la otra orilla. Ser puente sin pretenderlo, sin esperarlo, después de haber sido sendero y, al cabo, la sorpresa de sentir la suya y quedar muda.

Poesía para proteger las alas de cada mariposa y su vuelo, polinizando la imaginación del mundo al que el ser humano tiende.

Poesía para ver en el enfermo, ignorante, ladrón, asesino su rostro de luz y cultivar desde el silencio, haciéndolo visible, el sentido de su vida, de la vida que es también la tuya también y la mía.

Poesía para defensa de todas las libertades y banderas.

Poesía para sostén del pensamiento puro, ecuánime, limpio que llega casi sin hacer ruido, y poder emprender vuelos en serena confianza sin perderse, aunque lo parezca, en el caos de lo que se crea y ser guía para el desorientado.

Poesía para insuflar aliento y fluir entre las rígidas celdas de los miedos que sobrevuelan el mundo, tan opuestos al amor.

Poesía para comprender que la belleza siempre cambia y es nueva, como la alegría serena que late y es real, nacida entre la vibración de la estrella, y la casi o a veces triste semilla, enterrada en la oscuridad de la tierra.

Poesía con la que llegué sin más remedio, a la que me entregué en cuerpo y alma, a la que me resistí y por entonces negué, intuyendo la responsabilidad derivada, presintiéndole vivo, por la voz dictada en los poemas, detrás y dentro de mí.

Poesía como ancla del ser resucitado, resucitando cada vez, todas las veces, fuerzas creadoras de la Palabra tallada en cada hueso, en cada célula y pensamiento. La estrella de su gracia, derramando lágrimas en cada epifanía desbordada en el mar de la gratitud.

Poesía ahora para confiar siendo sendero a su lado y puente allá donde dos orillas me lo ordenen. Desde la rebeldía de la infancia  a la obediencia de ser puente en el nombre de la paz.

Poesía como flecha que sin pretenderlo crea, consciente imaginación de la utopía, haciendo posible fuerzas para amar.

Poesía para no dejar de ser Tú.

Cristina Álvarez Puerto

4 de enero 2022

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